Sección 2
En esta sección, Whitman rompe los encerramientos, ya sean físicos o mentales. En uno de sus cuadernos anteriores, Whitman había esbozado el verso “La literatura está llena de perfumes”, un reconocimiento al hecho de que libros, filosofías, religiones, todos ofrecen versiones filtradas de cómo ver al mundo. Todas son intoxicantes –atractivas, por cierto, pero tóxicas. .. Estamos siempre tentados a vivir nuestras vidas conforme a la visión de quienes nos anteceden, pero Whitman nos insta a que escapemos de tales encierros, a que abramos los sentidos plenamente y respiremos la atmósfera destilada en sí misma. Es en este acto literal de respirar donde obtenemos nuestra “inspiración”, la inhalación actual del mundo. En esta sección, Whitman registra la fisicalidad del cantar, de hablar un poema; un poema, nos recuerda, no proviene de la mente o del alma sino del cuerpo. Nuestra inspiración proviene de nuestra respiración, y el poema es “el humo de mi propio aliento”,
la respiración de los átomos del aire hacia afuera de regreso al mundo como canto. Los poemas son escritos, indica aquí Whitman, con los pulmones y el corazón y las manos y los genitales –con el aire oxigenando nuestra sangre en los pulmones y bombeándola hacia nuestro cerebro y cada parte de nuestro cuerpo. Escribimos (al igual que leemos) con nuestros cuerpos tanto como con nuestras almas.
El poeta en esta sección le permite al mundo estar en contacto desnudo con él, hasta que pueda sentirse uno con lo que antes estaba separado –las raíces y vidas ahora ostentan ser parte del mismo flujo erótico que él siente en su propio cuerpo desnudo (“ la raíz de amor, los filamentos de seda, muesca y vid”), él está consciente del contacto e intercambio, en tanto respira el mundo nuevamente como un poema no destilado. Se evocan aquí todos los sentidos –olfato (“El olor de las hojas verdes”), oído ( “El sonido de mi voz cuando aúlla palabras”), tacto (“Algunos besos ligeros”), visión (“El vaivén de la luz y de la sombra” ), gusto (“El humo de mi propio aliento”), ese “humo” signo de un nuevo fuego que se descubre adentro.
Ahora Whitman gentilmente ridiculiza a aquellos que creen haber dominado el arte de la lectura y la interpretación. Conforme nosotros vamos leyendo este poema, Whitman se pregunta si nosotros nos hemos “sentido tan orgulloso(s) al penetrar el sentido de unos poemas” y nos invita a que ahora pasemos “día y noche” con él al leer “El Canto de mí mismo”, un poema que no oculta sus significados ni requiere una hermenéutica oculta para entenderlo. Más bien ofrece su poema como uno que surge de las fuentes no destiladas ni filtradas de la naturaleza, las palabras “eructadas” pronunciada, llorada, expulsada violentamente, vociferada, en vez de ser cuidadosamente formada. Este es un poema, sugiere Whitman, que no desea devenir en una guía o en un “credo”, sino más bien pretende que tú experimentes el mundo con tus propios ojos. Nosotros absorbemos las palabras de este poeta, y “luego las filtramos” desde nosotros mismos, como lo hacemos con la atmósfera y todos los átomos flotantes y entremezclados del mundo.
—EF (Traducción de L. A. Ambroggio)
¿Qué poeta puede resistir la tentación de “poseer el origen de todos los poemas”, de beber continuamente de la fuente de la inspiración? Esto es lo que Whitman ofrece en la segunda sección del “Canto de mí mismo” y mucho más –“todo lo bueno que existe en la tierra y en el sol” y todas las estrellas, sin mencionar el aprender cómo experimentar de primera mano a ver por uno mismo lo que verdaderamente está allí, a establecer, como escribe Emerson, “una relación original con el universo”. Para forjar tal relación el poeta deja atrás el perfume intoxicante de la sociedad humana y se proyecta desde sí mismo para respirar la inolora, inspirante atmósfera de la naturaleza: un estado de libertad, de estar listo, en el que el poeta se abre –y allí penetra el mundo. Invoca todos sus sentidos –gusto, tacto, sonido, olor, vista- en el fragmento de la frase larga con que concluye la segunda estrofa, porque está alerta ahora a lo que existe allí: “El olor de las hojas verdes y de las hojas secas, el de la costa y las negruzcas rocas a lo largo del mar, y del heno almacenado en los pajares…”.
Lo absorbe todo, construye un canto de su encuentro con el sol, extiende su mano hacia cualquiera que quiera quedarse con él durante un día y una noche. Promete enseñarnos a ver y cantar por nosotros mismos, libres de toda influencia, incluyendo la del maestro. Aquí están las claves de un reino que se extiende a los límites mismos de la imaginación. Y así es cómo se debe tomar la medida del universo – el diseño cuadriculado dentro del cual los poemas del futuro serán escritos.
—CM (Traducción de L. A. Ambroggio)
¿Cómo es posible no “tomar cosas de segunda o de tercera mano” “ni mirar por los ojos de los muertos” “ni nutrirse con los espectros en los libros”? ¿No aprendemos todos con el universo y desarrollamos nuestras creencias escuchando y aprendiendo de los otros, tanto vivos como muertos?