Sección 3
En esta sección, Whitman nos habla sobre lo que siempre han dicho los “habladores” durante años. Estos habladores –ya sean filósofos, políticos, comentaristas, predicadores- siempre “hablan del comienzo y del fin, nacimiento y muerte, de cómo toda la vida debe ser categorizada y fragmentada en áreas separadas y exclusivas. Todas las palabras que Whitman usa en esta sección (y en la previa) para caracterizar este tipo de discurso –“hablar” y “discutir” y “evaluar”- poseen en sus raíces etimológicas el sentido de dividir, tallar, poner en columnas diferentes, ruptura. Whitman se diferencia de estos habladores:” yo no hablo del comienzo ni del fin”. El hablante del “Canto de mí mismo” ha salido a celebrar “ahora” (“en este momento”), el momento frágil de la vida, del presente, siempre el único momento en el que vivimos. Su repetición fructífera del “ahora” enfatiza el “aquí y ahora”, el momento en que Whitman escribió el poema y el momento en que lo leemos.
Whitman rechaza todo lo que implique división, separación y jerarquía, y en cambio celebra el “tejido de las identidades”, los modos como estamos literalmente compuestos de diferencias, nacidos de madres y padres y anteriormente de sus madres y padres, que a su vez estuvieron hechos de los átomos del universo en un flujo continuo, un flujo que nos produce a cada uno de nosotros en este momento. Nuestra “diferenciación” es producto siempre de este tejido, esta “crianza de la vida”, este “impulso procreador” del “sexo” que junta a individuos una y otra vez para producir nuevos individuos –individuos que jamás deberían olvidar el tejido sin fin del universo que los produjo. Incluso la aparente división entre cuerpo y alma es una ilusión, dice Whitman, por cuanto solo en el tejido del cuerpo y el alma se forma la identidad: “Si faltara uno de los dos, faltarían los dos”. Hoy tenemos cuerpos materiales y son los “visibles”, pero llegará un día en que no tendremos cuerpos y llegaremos a ser “los invisibles”, y recibiremos aún así la “prueba” de nuestra existencia por los nuevos cuerpos que han brotado del “impulso procreador” de “ahora (este momento)”. Nosotros, los vivientes, somos la “prueba” de las generaciones de los muertos que nos engendraron. No hay “comienzo” ni “fin”: nacimiento y muerte son simplemente palabras equívocas que nos previenen de entender la corriente naturaleza de la vida, el proceso sin fin de composición que no distingue nacimiento de muerte. En el momento corriente del “ahora” todo existe y nada termina. Así Whitman rechaza todos los atentados de dividir el mundo en “comienzos” y “fines”, en “el mejor” y “el peor”, en bien y mal. Más bien, enmudece toda la charla y discusión y decide “voy a bañarme y a admirar mi cuerpo” para celebrar el breve pero eterno momento del “ahora” que habita (siempre y solamente habrá un “ahora”). El “acariciante y afectuoso compañero de cama”, que duerme al lado de Whitman, fue identificado como “Dios” en la versión original del “Canto de mí mismo”. Dios es, para Whitman, un compañero afectuoso que, cada mañana, le deja canastas de sorpresas, preñadas de posibilidades. Cada día, cada “ahora”, es una canasta de posibilidades, y sin embargo muchos de nosotros “gritamos a (nuestros) ojos” para no ver este regalo y desperdiciar nuestros momentos de “ahora” decodificando y dividiendo y persiguiendo un valor falso, confundiendo dinero por felicidad, equivocándonos contabilizando en vez de vivir.
—EF (Traducción L. A. Ambroggio)
“Yo y este misterio nos presentamos aquí”, Whitman declara en la mitad de la segunda sección. El verso sirve como una bisagra entre su descubrimiento de la fuerza del deseo, “el impulso procreador del mundo” y su deleite en un amante, que se va al amanecer. ¿Cuál es este misterio? El eterno “ahora”, “el tejido de las identidades” que une el yo y el otro, el pasado y el futuro, palabras y mundos.
Consideremos lo que el poeta logra con una pequeña palabra, aquí, que funciona en este verso como un sustantivo (este lugar), un adjetivo (modificando que está más allá y alrededor de él), y un adverbio (en este caso en particular). Incluso diferentes partes del discurso pueden atar una cosa con la otra, según Whitman, porque el misterio de la existencia, al mismo tiempo sólido y fluido, que incorpora el aquí y el allá, lo viviente y lo muerto, lo sin nacer y no realizado, es un ensayo de conexión. Él se para aquí con todo lo que es y lo que no es; una frase sin puntuación que contiene la suma de todo.
“Si faltara uno de los dos, faltarían los dos “, otra frase sin puntuación alojada en la memoria auditiva de muchos poetas, que promulga en cuatro sílabas tónicas el casamiento de dos almas, parecidas y dispares, que gobierna la forma, el sueño del “Canto de mí mismo”. Lo que experimenta en la oscuridad, en la presencia de Dios o del amante, es la unidad subyacente de la existencia –una visión de eternidad más grande que cielo e infierno. El amante que se va al amanecer es por lo tanto una figura no del placer fugaz sino de los modos misteriosos en los que el vacío conduce a la plenitud: canastas cubiertas con toallas blancas.
—CM (Traducción L. A. Ambroggio)
¿Quiénes son los “habladores” y “discutidores” que quieren desviar nuestra atención de la plenitud del momento presente? ¿Es acaso posible callarlos por completo de manera que nosotros podamos concentrarnos en el momento del “ahora”?