Sección 34, El Canto de mi Mismo

Prefacio

Prólogo
Sección 34

El catálogo de muerte y sufrimiento y dolor con que finalizó la sección 33 continúa en la sección 34, pero los rápidos flashes de eventos, cosas y personas que el poeta registró allí ahora se detienen en una serie de narraciones extensas, la primera de ellas es una recolección histórica de una matanza masiva en una de las batallas sobre la independencia de Tejas que condujo a la Guerra Mejicana. Muchos lectores la recuerdan como la “sección del Álamo” y, aunque el Álamo es mencionado, el evento que se registra aquí es actualmente la masacre de los guardabosques tejanos en Goliad en 1836. Podríamos pensar que los “Veintiocho jóvenes” de la sección 11 que se bañaban desnudos en un tipo de éxtasis fluido corporal y que ahora se sitúan en un contraste tan cruel con los “cuatrocientos doce jóvenes” en esta sección, cuyos cuerpos fueron quemados luego de la masacre. El “Yo” absorbente de Whitman no sería honesto si dejase de corporalizar las realidades de la guerra, odio y división que siempre están operando para socavar la evolución hacia la unidad democrática y el amor de la diversidad que él vio como el futuro esperanzado de América, que se imaginó como “Todas las naciones aquí –un hogar para cada raza en la tierra”.   

La guerra, sin embargo, implica división por definición. En una guerra lo que un lado llama agresión y odio y maldad, el otro lado lo ve como justicia y valor y heroísmo; la masacre de un lado es para el otro la respuesta justa a lo que ve como la brutalidad del enemigo. La realidad inescapable de la guerra es que “muchachos” (y en aumento, mujeres) en ambos lados son mutilados y asesinados, y que sus cuerpos sagrados –el aparato sensorial de almas vivientes- se reducen a cenizas. Aunque Whitman en su época temprana de periodista era en general un defensor de la Guerra Mejicana, más tarde en su vida escribiría entusiásticamente sobre lo que llamó “el elemento hispano de nuestra nacionalidad”. “El carácter hispano le va a proveer algunas de las partes más necesarias a esa compleja identidad Americana. Ningún origen muestra una mirada retrospectiva más grandiosa –más grandiosa en términos de religiosidad y lealtad, o de patriotismo, valentía, decoro, gravedad y honor…Con respecto al origen hispano de nuestro Suroeste, es cierto que no hemos ni siquiera comenzado a apreciar el esplendor y el valor excelente de este elemento étnico” ¿Quién sabe si ese elemento, como el curso de un río subterráneo que gotea invisiblemente por cien o doscientos años,  emerge ahora con un fluir más extenso y una  acción permanente?”

Puede uno tentarse a leer esta sección como si Whitman le estuviese dando voz a una especie de creencia ultranacionalista en el destino manifiesto de los Estados Unidos al expresar indignación a lo que el poeta retrata como la conducta salvaje de los Mejicanos, que parecieran merecer el perder una gran cantidad de tierra contra los definitivos vencedores democráticos. Pero descubrimientos recientes indican que Whitman pudo haber basado esta descripción de la masacre en el diario de un oficial Mejicano que fue testigo de los eventos, y por lo tanto el “Yo” aquí representa un tipo complicado de cruce cultural para ser capaz de describir lo que sucedió. Y el énfasis aquí, en todo caso, recae en la pérdida física, en la pérdida de la fisicalidad en sí misma, al pasar la guerra la inevitable factura de los cuerpos de aquellos que fueron convencidos o coartados a luchar. Como dijo en la sección previa “Cambio de agonías como de vestimentas”, en esta sección el poeta viste el atuendo del sufrimiento y de la muerte.

—EF (Traducción L. A. Ambroggio)

Ahora cuento lo que sabía en Texas en mi juventud;
(La caída de Alamo no cuento;
Ni una persona se salvó para contar la caída de Alamo;
Los ciento cincuenta hombres son ya silentes en Alamo,)
Es la historia del alevoso asesinato de cuatrocientos doce jóvenes.

En retirada, emparapetándose en un cuadrado detrás de sus bagajes;
Ya habían muerto a más de novecientos enemigos--nueve veces su propio número fue el precio que exigieron--
Su coronel estaba herido, sus municiones usadas;
Parlamentaron por una capitulación digna, la cual recibieron firmada y sellada; entregaron sus armas y siguieron a sus vencedores como prisioneros de guerra.

Eran la gloria de la raza de los montaraces de Texas;
Incomparables con caballo, rifle, canción, cena, cortejo;
Grandes, turbulentos, generosos, guapos, altivos, y cariñosos;
Barbudos, asoleados, vestidos con el traje relajado de los cazadores,
Ninguno de ellos tenía más de treinta años.

En la mañana del segundo domingo fueron conducidos por destacamentos y asesinados en masa; era un hermoso verano;
El trabajo comenzó alrededor de las cinco y se terminó a las ocho.

Ninguno obedeció a la orden de ponerse de rodillas,
Unos hicieron un esfuerzo loco e impotente, otros se mantuvieron firmes, inmóviles;
Algunos cayeron a la primera descarga, herido en las sienes o en el corazón; vivos y muertos yacían juntos,
Los mutilados y desfigurados cavaban en el barro; los compañeros que iban llegando los percibían extendidos allí,
Unos medio muertos trataban de huir rampando,
Estos fueron ultimados a bayoneta limpia o a culatazos con mosquetes;
Un valiente que no tenía diez y siete años cogió a su asesino y tuvieron que acudir dos más para arrancarlo de sus manos;
Los tres quedaron rasguñados, empapados con la sangre del muchacho.

A las once comenzaron a quemar los cuerpos;
Tal es la historia del asesinato de los cuatrocientos doce jóvenes.

Afterword

Epílogo

Diez años después de la invasión de Iraq, el titular del The New York Times –Terroristas suicidas matan a 37 en una mezquita shiíta de Baghdad- ya no impactaba a mi conciencia a pesar de que había viajado a Baghdad justo unas semanas antes en una misión diplomática cultural. Tengo amigos en la ciudad, proyectos a completar allí, y, sin embargo no leí la historia hasta que no descubrí a través de un diplomático que la mezquita estaba ubicada al lado de la Universidad en donde había dictado unas conferencias. Entonces el ataque adquirió una dimensión personal: los estudiantes y profesores juntándose para las plegarias matutinas, los guardias asesinados en el puesto de control de seguridad. Algunos de los feligreses heridos y asesinados pudieron haber atendido mi conferencia, hecho algunas preguntas, posado para fotografías. Recordaba al jefe de mi servicio de seguridad llevándome a un lado antes de entrar al auditorio para advertirme de que estaban subiendo las tensiones en el campus y que al indicármelo yo debería abandonar inmediatamente el escenario. Nada sucedió; sólo un intercambio vivaz de ideas sobre la escritura y la literatura americana con énfasis en Walt Whitman –que en una ciudad desgarrada por la Guerra fue acaso notable, como son los verdaderos intercambios en todo lugar y siempre.  

Whitman sabiamente cambia el ritmo en esta sección, yuxtaponiendo el catálogo más largo con el relato del asesinato de cientos de guardabosques tejanos, una tarea cruel llevada a cabo en una hermosa mañana de verano. Él llora la muerte y lamenta su juventud; destaca el heroísmo de cara a la traición; no deja de contar ningún detalle de la masacre por sangriento que sea. Su lamento no es por los muertos en la Batalla del Álamo, que cambió el curso de la Revolución de Tejas, sino por los hombres “barbudos, grandes, turbulentos, generosos”, “vestidos con el traje relajado de los cazadores” a quienes, de otro modo, la historia podría  olvidar. Toma su muerte de una forma personal, sus cuerpos no pararán de quemarse mientras el poema sea leído. 

“La humanidad no puede aguantar mucho a la realidad”, observaba T.S. Eliot en Four Quartets, cuya publicación ayudó en 1944 a los lectores a sobrellevar las presiones de la Guerra. Whitman también nos enseña a aguantar más la realidad. Enfrentados a los informes de campos de batalla alrededor del mundo, sin mencionar el interminable torrente de noticias sobre crímenes malvados, escándalos políticos y ejemplos de depravación humana, nosotros querríamos apartarnos, desviar la mirada. Esto es un lujo que no nos podemos permitir, insiste Whitman. 

—CM (Traducción L. A. Ambroggio)

Question

Pregunta 

¿Es posible describir las muertes de los soldados en una guerra de tal modo que no se inciten más los sentimientos nacionalistas y patrióticos? ¿Puede un Americano describir la “masacre” de los soldados americanos en la guerra Mejicana sin crear enemistad, creando solamente un sentimiento de pesar? ¿Conoces a poetas que hayan logrado tales descripciones?

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