Sección 28, El Canto de mi Mismo

Prefacio

Prólogo
Sección 28

Ahora Whitman explora cómo se siente el tocar, realmente tocar. El poeta del siglo XX Karl Shapiro tildó a esta sección como “uno de los grandes momentos de la poesía”, al llevarnos Whitman a través de una cascada reluciente de imágenes sensuales que son al mismo tiempo sexualmente explícitas y encolerizadamente vagas. Cada momento del tacto, sugiere Whitman,  nos vibra “una nueva identidad” dado que los receptores de nuestros sentidos responden a los estímulos provocativos del mundo que están continuamente redefiniendo quienes somos al sentir las llamas del contacto sensual correr por nuestras venas. Este pasaje ha sido leído como una descripción de la pasión homosexual, masturbación y/o coito heterosexual. La vaguedad crea un campo de carga sexual en el cual uno se puede imaginar cada acto de roce intenso. Cuando el tocarse se activa plenamente, “los sentidos compañeros” se desplazan, y nos entregamos a la interpenetración cargada de cuerpo con cuerpo. Nunca podemos estar completamente seguros de quienes son los “lascivos provocadores” que “endurecen mis miembros” y se van “a mis márgenes a pastar” como bocas devorando los mismos límites de la identidad. Sentimos que el otro cuerpo tan completamente en contacto con nuestro propio cuerpo “apenas se diferencia de mí”, el momento es simultáneamente místico y físico, cuando el tacto nos permite un vislumbre de un ser fuera del cuerpo precisamente porque ha elevado tan completamente la sensibilidad de cada pulgada de nuestra carne en reacción a un cuerpo que no es el nuestro. 

Whitman captura el modo cómo esa experiencia erótica crea sensaciones de tortura y ruptura, como si estuviéramos muriendo en el momento más intenso del vivir. Los “lascivos provocadores” son descriptos como “Estirando la ubre de mi corazón para extraerle la escondida gota”; y esta imagen salvajemente fusionada genitaliza el corazón (como en la Sección 5), fusionando el asiento convencional de las emociones con los órganos sexuales. El imaginario fálico masculino se representa aquí, sorpresivamente, en términos femeninos asociados con el amamantamiento, como la “ubre” que se exprime hasta que suelta la leche o el semen. Parece que estamos deslizándonos entre la metáfora y la metonimia aquí: el corazón no es tanto una metáfora del pene como es más bien parte de un sistema metonímico, un circuito de sangre excitada bombeada del corazón  hasta el endurecido órgano sexual y, a través de los capilares entramados en todo el cuerpo, hasta la superficie de la piel erotizada. Hay una razón por la cual el corazón late más rápidamente durante el acto sexual.        

La excitación sexual finalmente jala al poeta a “un promontorio”, a un precipicio sobre un océano vasto, al punto en que la tierra sólida se encuentra con el mar líquido, donde el cuerpo confronta la disolución, donde cualquiera sean los instrumentos protectores que tengamos para nosotros mismos (nuestros “centinelas”)  nos “abandonan” y nos dejan “inermes a un merodeador sanguinario”. Lo que sea este “merodeador sanguinario” (¿un órgano sexual  hinchado? ¿Un indio salvaje? ¿Cualquier saqueador empapado en sangre?), el cuerpo está desprotegido para defenderse, y el poeta mismo experimenta que ha sido superado. Es como si el cuerpo (que normalmente nos define y protege,  nuestros bordes distinguiendo lo que “soy yo” y lo que “no soy yo”) nos hubiese traicionado, habiéndose convertido en un “traidor”. Como en la Sección 26, cuando el poeta mismo sintió perder su respiración al estar abrumado por la ópera, así ahora el poeta siente su aliento “apretado en su garganta” como si estuviese a punto de morir en este momento de éxtasis, listo para rendirse a esta invasión de su cuerpo en cuanto el tacto amenaza con abrir las “compuertas” y permitir a los estímulos invasores a devorarlo. Muy raramente el lenguaje nos ha llevado por un viaje tan íntimo a través de la experiencia, familiar y sin embargo milagrosa, del contacto sexual. 

—EF (Traducción L. A. Ambroggio)

¿Y es esto un tacto? Vibrándome a una nueva identidad;
Llamas y éter precipitándose por mis venas--
Traicionero punto de mí mismo, extendiendose y apiñandose a ayudarles;
Mi cuerpo y mi sangre emitiendo rayos para golpear a lo que apenas se diferencia de mí;
Por todas partes, lascivos incitadores que endurecen a mis miembros,
Estirando la ubre de mi corazón para extraerle la escondida gota;
Incitadores que se comportan desvergonzadamente conmigo, ignorando mi negación;
Me privan de lo mejor de mí mismo, con una intención;
Desabrochando mi ropa, sujetándome por la desnuda cintura,
Alucinándome, en mi confusión, con la calma del sol y de los prados,
Desplazando sín decoro a los sentidos compañeros,
Los cuáles sobornaron para cambiar sitios con el tacto e irse a mis márgenes a pacer;
Sin consideración, sin atención a mi menguante fuerza o mi ira;
Llaman al resto de la manada para que se divierta un rato,
Y, al fin, todos se juntan en un promontorio para atormentarme.

Los centinelas abandonan todas las otras partes de mi ser;
Me entregan inerme a un merodeador sanguinario;
Todos vienen al promontorio para ver y ayudar contra mí.

Me dejan, los traidores;
Charlo al azar; he perdido mi entendimiento; yo y nadie más que yo soy el gran traidor;
Yo mismo me fui ante todos al promontorio, mis proprias manos me llevaron allí.

¡Tú, tacto maldito! ¿Qué me haces? mi aliento se agarra en su garganta;
Afloja tus puertas, eres demasiado para mí.

Afterword

Epílogo

¿Quiénes o qué son los centinelas del promontorio, siendo testigos de las tribulaciones del hombre atrapado en los estertores de la pasión? Estas figuras vívidas de la imaginación erótica de Whitman, esta manada de espíritus animales conduciéndolo a un amante o a él mismo, estos provocadores (dentro y fuera) que traicionan con besos y caricias, desmarcan al poeta, “Vibrándo(lo) a una nueva identidad”. Es llevado en un resurgir de sentimiento a un promontorio imaginado al lado del mar, y allí “inerme ante un merodeador sanguinario;”, se convierte en cada uno y en ninguno. Ah, pero el tacto. ¡Qué fácilmente somos engañados!  Y ¡cómo anhelamos los placeres malvados del contacto humano, incluso con los centinelas vigilándonos las inhibiciones, personales y colectivas, que se interponen en el camino de nuestra verdadera felicidad!   

Dentro de las declaraciones más provocativas que hizo el poeta ruso Joseph Brosky está su afirmación, en un ensayo-reseña sobre  Constantino Cavafy que el noventa por ciento de la mejor poesía lírica ha sido escrita post-coito, una estadística derivada, presumiblemente de su experiencia, la lectura y quizás la evidencia anecdótica de sus amigos. (¡Es difícil imaginar el concebir, y más aún, el llenar una encuesta que genere información confiable con respecto a los hábitos de trabajo de los poetas!). En esta sección Whitman no parece estar escribiendo la secuela inmediata de una experiencia sexual, sino el acto en sí, de allí la mélange de imágenes extrañas: carne y sangre transformadas en relámpagos, la ubre de su corazón, los sentidos pastando en los bordes del yo. Su “Canto de mí mismo” ahora requiere la disolución del yo, la unión y dispersión de sus átomos sobre los centinelas, el promontorio, y el mar: la petit mort, el eufemismo francés para el orgasmo; la pequeña muerte. El Yo está en todas partes.

—CM (Traducción L. A. Ambroggio)

Question

Pregunta

¿La experiencia de tocar que Whitman describe aquí es lo suficientemente específica de manera que tú puedas relacionarla a experiencias particulares que hayas tenido? ¿O es lo suficientemente general como para describir virtualmente cualquier experiencia intensa de tocar a alguien o a algo? ¿Cuáles de sus imágenes encuentras particularmente evocativa y por qué? 

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